Ciencia, tecnología, sociedad y desarrollo


La ciencia y la tecnología pueden palparse en lo cotidiano. Basta echar una ojeada a los objetos que nos rodean en nuestro diario vivir y preguntarnos por el contenido de conocimiento que ha hecho posible su producción.
Subyacen a este conjunto innumerable de productos, procesos y equipos infinidad de tecnologías «que no existían y no hubieran existido jamás si no hubiera sido por el talento y la creatividad del hombre», como lo vio Jorge Sábato.
Siendo el conocimiento la «materia prima» de la sociedad a fines del siglo XX, el presente material se presenta como una invitación a comprender la naturaleza de la actividad científica y tecnológica generadoras de conocimiento y a forjarse una visión general de su impacto en la sociedad. Somos testigos de excepción de una revolución productiva nueva, basada en el conocimiento.
Es en este escenario donde, a manera de inducción y telón de fondo, cobra sentido «aprender a investigar» en los múltiples campos del saber. Este es uno de los lenguajes de la sociedad y de las organizaciones de nuestros días.

El oficio de los científicos está presente en la construcción de utopías sociales que están en la raíz de nuestro mundo actual. En efecto, Francis Bacon, ante la cosecha científica del siglo XVII, predijo el advenimiento de una Utopía científica, en la cual la ciencia y la tecnología harían posible para todos el saber y la abundancia. Pero a principios del siglo XX el vapor y la electricidad habían determinado ya transformaciones revolucionarias, y el público había descubierto una amarga verdad: que los frutos de la ciencia no son necesariamente dulces. Este es un tema álgido y actual de discusión que presentaremos
en una próxima sección sobre ciencia, tecnología y sociedad, en la que mostraremos la justificación de las dudas existentes sobre el llamado triunfalismo científico.

El proceso de desarrollo se caracteriza por el cambio de las estructuras sociales y la movilidad hacia arriba de los individuos. Se logra por medio de mejoras tales como la adquisición de mayores capacidades de la gente, de las instituciones y de los procesos de producción de un país. Se caracteriza también por el logro de la justicia distributiva que permite compartir los frutos del progreso y las mejoras en la calidad de vida. También coadyuva a que una nación participe de manera más independiente en las actividades de la comunidad internacional y alcance una mejor ubicación en la división internacional
del trabajo.

Según Nawaz Sahrif, quien fuera Director del Centro Asiático y del Pacífico para la Transferencia de Tecnología, los impactos de la tecnología se han sentido en la sociedad desde los albores de la historia. El desarrollo y aplicación de la tecnología de irrigación en Mesopotamia, por ejemplo, dio lugar a que naciera la primera economía agrícola basada en la acumulación de excedentes agrícolas. Así se fueron sentando progresivamente las bases de varias civilizaciones caracterizadas por la especialización, la división del trabajo,
el desarrollo del comercio, la definición de principios de gobierno y el reconocimiento del individuo.

A través de la sofisticación sistemática de las actividades económicas inventadas por el hombre, el mundo natural en que nuestros ancestros cimentaron su vida primitiva, ha sido transformado por el «uso humano de la tierra». Este proceso se viene acelerando notablemente por la creciente aplicación de la tecnología, que a su vez abre nuevas fronteras, en virtud de los nuevos descubrimientos científicos. La naturaleza de una sociedad está determinada por la clase de actividad tecnológica predominante. Puede anticiparse, en este sentido, que las sociedades del futuro se basarán en actividades económicas de mayor contenido tecnológico. A lo largo de la historia, la tecnología ha traído con su aplicación, cambios en el ambiente natural y le ha ayudado al hombre a hacer de dicho ambiente un escenario propicio para la vida colectiva y productiva. Sin embargo, la tecnología puede también causar la degradación irreversible de los recursos naturales a menos que se identifiquen argumentos a favor de la naturaleza. La moderna tecnología industrial ha impactado en la satisfacción de las necesidades básicas del hombre, en virtud de la conservación de alimentos, las prácticas agrícolas, la provisión a agua potable, la construcción de grandes complejos habitacionales, el vestuario basado en nuevas fibras, la erradicación de enfermedades endémicas, el alargamiento de la vida gracias a los antibióticos, las comunicaciones al instante vía satélite, la mayor movilidad creada por el transporte, la explotación de nuevas formas y fuentes de energía, etc.

Sin embargo, los efectos de la tecnología en los ecosistemas han venido creando preocupaciones profundas, al punto de que se han emprendido discusiones de carácter global para evitar la degradación de la biosfera y del ambiente natural. En parte, la evaluación tecnológica se lleva a cabo para reducir los impactos previsibles de la tecnología. Estos son elementos de orden crítico que veremos en la sección dedicada al control público de la ciencia y de la tecnología. Desde el ángulo de la medición de la relación entre tecnología y crecimiento económico, se efectuaron los primeros estudios en los años 50. Los trabajos de Solow, Denison, Mansfield y otros, demostraron que “el avance del conocimiento” fue responsable, en los Estados Unidos, de cerca del 40% del aumento total del ingreso por persona entre 1929 y 1957. Es el llamado por estos economistas “factor residual” para explicar el crecimiento económico más allá del papel que desempeñan los factores clásicos de producción como el capital, la tierra y el trabajo. Los estudios de la década de los 60 fueron más lejos indicando que existía un efecto estadístico significativo de la magnitud de la inversión en I&D sobre el aumento de la tasa de productividad y que el retorno marginal de I&D era elevado. Estudios econométricos más recientes de Griliches sobre grupos significativos de empresas han mostrado que esta tasa supera el 30% en forma directa y tiene un valor de aproximadamente 20% promedio desde el punto de vista privado. Aunque los resultados obtenidos presentan restricciones debidas a la cobertura y la exactitud, las tendencias generales muestran claramente la rentabilidad asociada a la inversión en tecnología y su efecto sobre el desarrollo de los países.

La ciencia y la tecnología transforman de modo excepcional el aparato productivo, incentivado éste a su vez por la dinámica de los mercados globales. En estas condiciones, cada vez más, ciencia y tecnología son objeto de políticas y de estrategias concertadas entre estados y empresas, buscando su mayor aprovechamiento. Una forma de profundización inusitada del impacto de la ciencia y la tecnología en la sociedad y en la economía se viene dando en nuestros días. Es necesario comprender su ingrediente fundamental: adopción de innovaciones tecnológicas radicales que cambian la fisonomía del aparato productivo, particularmente hijas de la microelectrónica. Estamos asistiendo a otra «revolución industrial» comparada por lo menos con la fase previa de varias innovaciones tecnológicas que caracterizó el período de postguerra y comparable para algunos con la que se inició en Inglaterra, como opina Alvin Toffler, con el concepto de una «tercera ola», cuyos signos más evidentes son:

– Nacimiento de industrias de alta tecnología.
– Nuevos procesos de producción basados en la microelectrónica que «rejuvenecen » la fabricación de automóviles, textiles e inclusive acero.
– Fusión de la computación y las telecomunicaciones, creando nuevas infraestructuras comparables a la evolución del sistema de superautopistas o a la de las líneas de navegación a vapor.

Son cinco los factores que definen los principales vínculos entre ciencia, educación y desarrollo, y por lo tanto constituyen los principales canales a través de los cuales se realiza el proceso que busca determinar sus características: la apropiación social de la ciencia y la tecnología; la generación de conocimiento y la educación; la producción; conocimiento, cambio social y desarrollo del ciudadano; desarrollo sostenible y diversidad biológica y cultural.

Es visible la tendencia en las sociedades industrializadas a la producción de conocimiento consultando los intereses sociales, económicos y de mercado de manera más determinante. La generación de conocimiento se desplaza hacia el contexto de su aplicación e interactúa con otras instituciones sociales. Esto afecta la comunicación de la ciencia y la tecnología con la sociedad, la hace de dos vías.

Ciencia y tecnología vienen siendo cuestionadas por su contribución al bien público. Se viene abriendo paso la desmitificación de la ciencia y la tecnología. Ya no se las concibe como las fuentes exclusivas de donde mana el progreso infinito. Surgen los críticos que no justifican ya la ciencia por sí misma. A menos que ésta contribuya a satisfacer las necesidades humanas, en un contexto social, cultural y económico que le dé sentido, el mismo gasto de I&D en países como Estados Unidos es de validez cuestionable. La controversia se hace presente para cuestionar el triunfalismo de la ciencia y la tecnología, buscando justamente hacer que la sociedad y sus instancias de control social señalen los caminos convenientes. Los frutos de la ciencia y la tecnología han sido amargos en más de una ocasión. Los estudios denominados de ciencia, tecnología y sociedad (CTS), han abierto un nuevo cauce desde las ciencias sociales para formalizar la controversia desde la ciencia misma.

La posición tradicional entre los científicos y la sociedad era de una sola vía. Ellos eran los que poseían el conocimiento experto mientras que la mayoría de la sociedad aparecía como analfabetos que había que educar. Se trataba de un proceso de comunicación unilateral entre la ciencia y la sociedad en que un grupo popularizaba el conocimiento y lo difundía hacia los ignorantes en una sola dirección. Sin embargo, ha aumentado en los países industrializados una mayor presión para justificar los gastos públicos en ciencia. También por los resultados mismos de la ciencia. Todo ello lleva a exigirle al científico una responsabilidad social y financiera mayor. La sociedad se manifiesta y a su vez transmite a los científicos sus preocupaciones e intereses, muchas veces para salvaguardar y preservar al ecosistema, a una comunidad, a unas instancias sociales.

Hasta el momento, los dominios más sensibles de discusión se han centrado en los riesgos tecnológicos de la energía nuclear y otras grandes instalaciones técnicas peligrosas, las preocupaciones medioambientales desde la capa de ozono hasta la biodiversidad y los temas éticos asociados a la ingeniería genética. Está en juego la duda de que todo lo que la investigación hace es beneficiosa para la sociedad. La difusión de la cultura universitaria en los países más avanzados, permite más permeabilidad en la comunicación entre sociedad y científicos, pues ya hay mucha más gente que posee una cultura en la I&D. Hay muchos otros lugares donde se genera el conocimiento y ello crea espacios nuevos de comunicación. Las organizaciones del gobierno y las asociaciones privadas proponen e inauguran nuevas formas de vinculación con la producción científica y las aplicaciones tecnológicas. En la misma Colombia hemos visto recientes debates intensos a propósito de la construcción de una represa, por sus implicaciones ecológicas y su impacto sobre especies nativas o a propósito de la exploración de petróleo en un territorio indígena. Mecanismos constitucionales como el derecho de tutela expresan un nuevo cauce de “defensa” de los ciudadanos ante la tecnología.

Uno de los más autorizados estudiosos de las relaciones entre “ciencia, tecnología y sociedad” en el ámbito iberoamericano, José Antonio López Cerezo, catedrático de la Universidad de Oviedo, expresa: “La ciencia ha perdido la imagen de certidumbre que deslumbró a generaciones desde la revolución industrial. La tecnología ha perdido también el carácter benefactor, el sentido de progreso incondicional que la ha distinguido desde los tiempos de la extensión del ferrocarril”. Desde hace tres décadas asistimos a una profunda revisión de la imagen tradicional de la ciencia y la tecnología y del papel de éstas en la sociedad actual. Lejos están los tiempos del “triunfalismo científico”.

En la evaluación constructiva de tecnologías los riesgos e impactos se refieren más a la forma como los actores sociales relevantes los interpretan. Esto significa la participación de los actores sociales en la toma de decisiones sobre políticas de ciencia y tecnología. Tres funciones fundamentales debe llevar a cabo la evaluación constructiva:

1. Evaluar los posibles impactos según los distintos grupos sociales relevantes;
2. Acordar las posibles soluciones, tanto técnicas como organizativas, a los aspectos problemáticos de la tecnología en cuestión; y
3. Proporcionar procedimientos para conseguir una retroalimentación óptima entre las diferentes interpretaciones sociales y el diseño de la tecnología.





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